A veces me siento desbordado por los sentimientos que me nublan la razón e intento aclarar mis ideas buscando reacciones en los demás, en la gente que me rodea e incluso en personas que acabo de conocer esperando descifrar alguna señal que me diga que debo hacer, que me señale el camino, que decida por mi pero eso nunca desenreda la maraña de hilos interminables que inundan mi mente. Busco a alguien a quien echar la culpa de todo, esperando que así desaparezca la desazón anclada en mi, la apatía que vuelve inerte mi cuerpo, la agonía en que, no sé cuando, se tornó mi día a día pero tampoco así alivio mi dolor, mi sentimiento de culpa.
¿Alguna vez te has sentido culpable sin saber de que, has sentido dolor sin poder localizarlo? A mi me pasa a veces pero hoy estoy contento, esta vez he descubierto un posible porqué, la punta de un iceberg de posibles soluciones y la fisura en la tumba de hormigón donde entierro todas las cosas que me hacen daño alguna vez y no consigo solucionar. Una tumba de olvido, de caminos de los cuales nunca llegué a ver su final. Hoy, por fin, decido emprenderlos de nuevo, recorrerlos uno a uno hasta ver el final de cada uno de ellos y compruebo que al quitarle peso a la tumba, ese iceberg de soluciones va saliendo a flote.
He entendido que mi único problema soy yo y que el único dedo que me guía en el camino es el mio. Empiezo a conocerme de nuevo y, ahora si, comprendo que ese será un trabajo que me llevará toda la vida y eso me gusta. La apatía ha desaparecido y la desazón se vuelve ilusión. Comienzo a andar y esta vez no pararé hasta que no se acabe el camino.